
Ese silencio. Rasgado tan sólo por el piar de pequeñas aves atareadas, por el ramonear de algún mamífero que no se ha percatado de tu presencia o por el, casi mudo, cortar del aire de las inmensas alas de los buitres, mientras sobrevuelan el cielo del Parque Nacional de Monfragüe.
Ese silencio, fruto de la soledad. De descubrir y disfrutar de este entorno natural, durante casi dos semanas, en periodo invernal. Un espacio que se vuelve un poco tuyo, sin la afluencia de visitantes de otras épocas del año, con encuentros muy esporádicos y que tan sólo se producen en los lugares más representativos del parque.

No hay mejor variable para el resultado de muchas fotografías que el tiempo, especialmente en las relacionadas con el paisaje y la naturaleza.
El tiempo dedicado a hacerlas. La paciencia: capaz de brindar imágenes inexistentes a nuestra llegada. La espera: que puede volvernos invisibles ante ese animal que cree habernos visto, mientras olvidamos respirar por unos minutos.
Ese tiempo extra dedicado a explorar, a conocer en profundidad y a observar las oportunidades que nos ofrece un entorno, como alternativa a llevarnos pinceladas superficiales de diferentes lugares.

Monfragüe había sido, muchas veces, un mero lugar de paso. Un paraje al que acudir aprovechando que se cruzaba en el camino. Un entorno en el que probar suerte, en el que ver si coincidía una buena tarde o un buen amanecer. Un espacio en el que, entre conversaciones en la FIO, intentar lograr alguna foto digna mientras ejercitaba la pericia probando cámaras, sin mayores pretensiones.
Aunque de retales no se logra una buena perspectiva, te permite vislumbrar las posibilidades que un lugar ofrece si se le dedica tiempo y atención. Un tiempo para conocerlo, por encima de los enclaves más destacados, y darle oportunidades a la naturaleza, más allá del mero momento afortunado.

Un periodo, eso si, que coincide con la ausencia de alguno de los reclamos ornitológicos del parque, por encontrarse en otras latitudes. A cambio, contamos con una mayor actividad de las grandes aves que allí permanecen, atareadas en el constante ir y venir para preparar y mantener sus nidos en altura.
Durante la época invernal el Parque Nacional de Monfragüe, marcado por el encuentro del Tajo y el Tiétar, puede ofrecer caras muy diferentes para una jornada fotográfica. Y sus caminos, ahora vacíos, brindan encuentros inesperados en los que el supuesto observador resulta estar siempre en inferioridad y acaba convirtiéndose en el receptor de las miradas de extrañeza.






