Hoy madrugas, no hace mucho calor y te apetece andar. Echas una botella de agua en la mochila y te adentras en la selva. Tu destino: cualquiera de las paradisiacas playas que encontrarás por el camino.
A tu alrededor la selva lo colma todo, lamiendo directamente el océano en muchos lugares y mezclándose, en otros, con alguna de las palmeras que adornan las idílicas playas que salpican la costa y alejan al bosque tropical de las batientes olas.
Sólo queda pensar en cuánto quieres andar bajo la cubierta de la selva cruzándote, en el camino, con capuchinos, coatís, guacamayos … Cuando decidas que ha llegado el momento de refrescarte, allí tendrás una tranquila y solitaria playa a tu disposición. Solo has de salir de la espesura para disfrutar y relajarte bajo una palmera, en una playa a tu entera disposición. Y si no te gusta, tranquilo, vuelve a la selva que seguro que esconde otra para ti.
El Parque Nacional de Corcovado, incrustado en la península de Osa, rodeado de mar y playas al sur de Costa Rica, es tal vez uno de los lugares del mundo con mayor densidad de fauna para su tamaño. No es el lugar más fácil para llegar, pero sin duda el rincón más salvaje del país y, junto con Tortuguero, el mejor lugar para observar fauna. Se puede acceder a él desde Puerto Jimenez o desde la bahía Drake, donde no siempre es fácil llegar en coche y puedes arribar con más tranquilidad bajando en barca por el río Sierpe. Una vez aquí es fácil descubrir que Costa Rica es pura vida.
Y ahora, a merced del relajado ritmo de la bahía, solo queda adentrarse en la selva y descubrir cuál es tu playa. Eso si, al cruzar los ríos, echa un ojo por si hay cocodrilos cerca.