La razón del color

Atrapado entre el cuero y el calor de una tarde estival. Lanzado de nuevo sobre el diván del doctor Freud, con la esperanza de que sea la piscina en la que refrescar mi mente.

Allí, escondido en mi mismo, le busco sentido al color. Uno u otro, da igual si es más claro o más oscuro. Tras cada uno de ellos corro y ante cada uno de ellos me extasío, pero ninguno de ellos me llena, lloro …

Tumbado, en busca del ¿qué persigo? ¿Qué esconde cada color que no encuentro y me lanza al mundo en busca de otro?

AMARILLO. Río Tinto. Huelva
VIOLETA. Yogyakarta. Indonesia

Y dejándome guiar en la ruta del psicoanálisis profundizo entre mis recuerdos en busca de la más remota infancia.

Me veo rodeado de sonajeros y muñecos de mil y un colores. Veo pasar los años y el arco iris me rodea; los lápices primero, los rotuladores después, los matices de las acuarelas y la fuerza del óleo.

VERDE. Yucatán. México.

Entonces, una explosión de hormonas y los colores … los colores ya no son lo mismo.

El mundo es color y el color va conmigo.

Pero mi viaje sigue y aún no encuentro destino. Miles de colores entre los recuerdos, colores definidos, con nombre, precisos, concretos. Colores que no busco. Me rodeo de colores, los elijo, paseo por un mundo lleno de ellos, los fotografío, los atrapo … Color, en cada esquina, color, color, color …

BLANCO. Algarve. Portugal.
AZUL. Barranco. Lima.

Abandono el diván. Vacío, como llegué. No ha sido la alberca en la que refrescar mi espíritu.

Desvelado, en la oscuridad de la noche, me fijo en una foto olvidada en la pared. Una foto de vivos y alegres colores. Y desde allí vuelves a mirarme. Es tu mirada. Unos ojos de no importa qué color, porque miran con el brillo de todos.

Duermo.

VERDE. Ella. Sri Lanka.