Mil castillos para una princesa

Imagino una princesa, perdida su mirada en el horizonte.

No imagino espadas, lanzas ni escudos; tampoco armaduras, estandartes ni caballos.

Castillo de la Riba de Santiuste.

No es de esas mi princesa. No busca de hazañas bélicas, ni brillos impostados.

Tal vez una sonrisa, una puerta abierta y una historia para acompañar al vino.

El fuerte de Mehrangarh se alza sobre Jodphur, la ciudad azul.

Porque sí, a mi princesa le encanta escuchar, aprender y asombrarse. Sus ojos, propensos a brillar, se apasionan, se maravillan y absorben su alrededor.

Es por eso que pierde su mirada en el infinito. Es ahí delante, ahí fuera, donde puede vivir y sentir sobre cada poro de su piel lo que tanto escuchó de trovadores y contadores de historias. Y sabe que será mejor vivirlo que cien veces escucharlo.

El castillo de Jadraque, llamado del Cid por ser morada del primer conde del Cid.

Se que un día mi princesa, temerosa tal vez, cruzará esa puerta; y ya no pertenecerá más a este castillo. Será princesa del mundo.

¿Por qué morir entre estos muros que le mostraron el horizonte? Que mejor homenaje que morir descubriendo mundos.

La vía lactea sobre el castillo de Zafra.