
Imagino una princesa, perdida su mirada en el horizonte.
No imagino espadas, lanzas ni escudos; tampoco armaduras, estandartes ni caballos.

No es de esas mi princesa. No busca de hazañas bélicas, ni brillos impostados.
Tal vez una sonrisa, una puerta abierta y una historia para acompañar al vino.

Porque sí, a mi princesa le encanta escuchar, aprender y asombrarse. Sus ojos, propensos a brillar, se apasionan, se maravillan y absorben su alrededor.
Es por eso que pierde su mirada en el infinito. Es ahí delante, ahí fuera, donde puede vivir y sentir sobre cada poro de su piel lo que tanto escuchó de trovadores y contadores de historias. Y sabe que será mejor vivirlo que cien veces escucharlo.

Se que un día mi princesa, temerosa tal vez, cruzará esa puerta; y ya no pertenecerá más a este castillo. Será princesa del mundo.
¿Por qué morir entre estos muros que le mostraron el horizonte? Que mejor homenaje que morir descubriendo mundos.
