
Tres días, cero imágenes. Así son las reglas de la naturaleza. Tres jornadas revisando un largo litoral costarricense, con la esperanza de contemplar la eclosión de los nidos de tortuga verde.
El intenso calor y el sol, incidiendo directamente sobre la negra arena de la playa, hacen estéril cualquier esfuerzo. No es buena idea salir al exterior en esas condiciones, tampoco para las tiernas tortugas. Concluyendo la tarde del tercer día el cambio de tiempo es repentino, las olas se elevan sobre la playa, impulsadas por un fuerte viento que arrastra consigo las oscuras nubes de una gran tormenta.
Mientras del cielo cae una intensa cortina de agua, la tierra se abre para dejar brotar, de sus entrañas, ríos de pequeñas tortugas. Aquí y allá cientos de ellas, que durante días han esperado al momento oportuno, se lanzan hacia la orilla en un esfuerzo irrefrenable por alcanzar su nuevo hogar.

Resultaron no ser las condiciones soñadas para fotografiar este espectáculo. Sin embargo, se convirtió en una ocasión única para poner a prueba las promesas del nuevo sistema.
Y las promesas cumplieron, ¡vaya que si cumplieron!


Durante más de 45 minutos fotografié a aquellos minúsculos rayos, desplazándose a mi alrededor rumbo al mar, bajo una gran tormenta y rodeado de las peores circunstancias: entre la arena de la playa y el salitre de las olas. Aquella tarde logré imágenes que, poco tiempo antes, no me habría resultado tan cómodo hacer. Y hoy, diez años después, aquel objetivo sigue trabajando a un ritmo incansable.
El encuadre inicial
Dejemos, por un momento, a esas pequeñas tortugas marchando raudas hacia las olas y enfoquémonos en otras costas. Echo la vista atrás, algo más de un año, para recorrer pausadamente la isla de Pascua. Once años ya, de una gran aspiración viajera cumplida.

Esta isla, alejada de todo en el Pacífico Sur, supuso un extraordinario punto de partida para estos años de fotografía.
Un viaje previo, sin mi equipo habitual, me demostró que calidad y tamaño ya no estaban reñidos. Toda una epifanía para la espalda y la logística viajera.


Desde ese momento se sucedieron meses de pesquisas y prueba que me llevaron a decantarme por el que me parecía el mejor camino: Olympus y su sistema Micro Cuatro Tercios. Aunque aún se trataba de un sistema en gestación, confié en el roadmap y algunas de sus características únicas:
- tamaño reducido (extensivo también a los objetivos)
- versatilidad
- dureza


Las pruebas quedaron atrás y me lancé a la inmensidad del Pacífico asumiendo un ligero riesgo, porque a aquella cámara (Olympus EM-1) tan sólo la acompañaba, de aquel entonces, un objetivo (Zuiko 12-40mm f2.8).
El tamaño importa y el peso más
Llevo todos los sentidos puestos en la carretera, en un volante situado del lado contrario y en un coche automático al que aún me estoy acostumbrado. A pesar de ello, consigo fijarme en algo que llama mi atención desde el cielo.
Perpendicular a la pequeña carretera por la que circulamos, una pareja de grullas japonesas parecen estar realizando un vuelo de aproximación para posarse en las inmediaciones de un bosque algo más adelante. Son ya varios días en los que, ni siquiera desde lejos, se han dejado ver. Es otoño y las escasas grullas de Manchuria que habitan Hokkaido no son tan fáciles de localizar como en invierno.


Preparándome para lo que intuyo, me detengo en el lateral de la carretera y, tratando de no sobresalir del volumen del coche, me deslizo cuerpo a tierra. Toca esperar a que las grullas, que finalmente se han posado a lo lejos, se acomoden y decidan en qué dirección van a moverse.
Hoy, la suerte está de nuestro lado. Las grullas optan por aproximarse. Así que decido avanzar en diagonal, hacia un lejano e hipotético punto de fuga, confiando en que nuestros caminos acaben por cruzarse.

El equipo no molesta, con un tamaño de un palmo y poco más de un kilo, me permite deslizarme por el suelo en busca de las grullas con el equivalente a un 420mm f4.
En su día, la presencia en el roadmap de este objetivo, junto con el extender 1.4x, fue uno de los motivos que me decantaron finalmente por este sistema. Para mi, el Zuiko 40-150mm f2.8, es la esencia de lo que realmente significa este sistema.
La combinación perfecta
Este teleobjetivo, junto con el zoom 12-40 con el que inicié mi andadura en el sistema, se han convertido en la pareja de baile perfecta para viajar. Un conjunto, que ocupa (apenas el tamaño de un zapato) menos que un par de zapatos, pesa como una botella de agua y ofrece un rango focal equivalente de 24-300mm f2.8 que, gracias al pequeño 1.4x, puedo ampliar hasta los 420mm.

Una combinación única, resistente y enormemente versátil que me permite viajar con lo mínimo, reduciendo peso, espacio y preocupaciones. Una simbiosis perfecta con la que cubrir el 95% de las fotografías se presentan.
No es la única combinación, más adelante hablaremos de la flexibilidad y distintas variaciones que ofrece el sistema
Una combinación para descubrir un país al completo. Desde perseguir grullas, en la isla de Hokkaido, a evocar aquella noche en la que el señor Sakamoto nos deleitó con una sesión de armónica mientras compartíamos cervezas en Osaka. O, simplemente, tomarle el pulso nocturno a la vida de las ciudades o guardar para siempre la imagen de inenarrables paisajes y maravillosos rincones.








Una combinación para retratar profundamente una ciudad. Pasear por ella, durante años; descubrirla a cada paso, a cada recodo sin otra opción que caminar: decenas de kilómetros y miles de escalones. Fantasear con sus icónicos enclaves y sorprenderte con lo que oculta cada uno de esos rincones no tan retratados. Aprovechar la noche para acompañar a la solitaria ciudad, que te permite jugar y perderte entre sus canales. O retratar, rodeado de la vorágine turista, a quien año tras año peregrina a este templo de las máscaras para mostrar al mundo aquello que, durante los meses anteriores, estuvo cosiendo afanosamente. Esos disfraces que, durante el carnaval, llenan de color las calles de Venecia.










Una combinación para recorrer uno de los mayores ecosistemas de vida salvaje del mundo, en las extensas planicies tanzanas. Animado por las lluvias, el Serengeti, se cubre de verde, los pastos suben para ocultar a los depredadores y los grandes rebaños, dispersos por el norte, se desplazan a hacia las llanuras de Ndutu en busca de la extensa y nutritiva hierba que les ayude en la correcta alimentación de esas crías que están a punto de nacer. Desde los reptiles y aves más pequeñas hasta los grandes mamíferos, desde los cazadores más tenaces hasta las presas más ágiles. Esperar, mientras las fuertes lluvias pausan la actividad y homogenizan los sonidos, ser paciente, mientras oteas en busca de dos hermanos en partida de caza, ocultos en los kilómetros cuadrados de pasto seco que se extienden frente a ti.
La facilidad con la que moverte y reaccionar ante cualquier circunstancia dentro de un vehículo gracias al tamaño contenido del equipo y su maravillosa estabilización que te permite contemplar un mundo en calma mientras tratas de seguir o localizar algún animal. Aunque en el roadmap se anunciaban ópticas más largas, focalizadas en fauna, en varias ocasiones retraté espacios naturales con esta pequeña combinación con grandísmos resultados. La caballería llegaría más tarde.











Un sistema que te apoye
El viento no cesa sobre las cimas y el blanco lienzo, que lo oculta todo, se va rasgando aquí y allá para mostrar, fugazmente, los grandes colosos de roca que esconde. Frente a mi, durante unos instantes, surgen mundos efímeros, más allá de la nada.

Asomado en una cumbre, rodeado de valles, a los que circundan picos aún más altos, no soy más que un minúsculo punto en el que se apoya la aguja del compás. Con el trípode, no muy alto para reducir la incidencia del viento, busco patrones que me permitan apostar por un encuadre aproximado. Con paciencia, veo cómo algún área con menor espesor de nubes se retira una o dos veces seguidas para permitirme tomar algunas imágenes pasajeras.
A la vez que un amplio espacio comienza a aclararse, el viento trae consigo a cuatro gigantes del aire que surgen, de entre las nubes, en formación. Libero la cámara del trípode, operación no siempre exitosa, y con tan sólo pulsar un botón tengo la configuración perfecta para obtener una toma de los buitres con un perfecto cuatro en raya.

Ese seguimiento de enfoque, potenciado por IA, tiene una precisión que permite mantener el foco incluso con objetos de por medio o detectar y realizar un enfoque al ojo en las circunstancias más complejas.
La flexibilidad para configurar el sistema y recuperar programaciones específicas para cada tipo de fotografía permite ahorrar mucho tiempo y asegurarte la imagen. Si bien no formaban parte de la consideración inicial, estas ayudas computacionales, logran que aprecies mucho más el sistema. Al igual que las actualizaciones de software que hacen que los equipos no se queden anclados al día que los adquiriste.


Algunas de estas ayudas, aunque comunes en otros sistemas hoy en día, están presentes desde hace muchos años. Como la conexión wifi y la posibilidad de controlar la cámara usando el móvil como visor, disponible desde el primer día, que combinado con la ligereza del equipo posibilita lanzarse a tomar imágenes con un punto de vista no siempre recomendable.

Para llegar más lejos
Si alguien se ha adueñado de la redacción de estas líneas, ha sido, sin duda, la procrastinación. Ha sido el timonel mientras escribía estas palabras y navegaba entre fotografías y volvía a recorrer estos años, rememorando lugares y reviviendo momentos convertidos en imágenes. Unas líneas que apostaban por titularse 10 años y han terminado más cerca de los once y medio 😃.














Han emergido, también, imágenes que florecieron en el papel. No por haber sido impresas sino, mucho antes, cuando unos trazos rápidos esbozaron sobre las hojas ideas que se pasearon por mi cabeza. Así que, procrastino áun más y repaso los cuadernos que guardan celosamente las visitas de las musas. Entre los bocetos, algunas ideas siguen esperando que llegue su momento, otras poco a poco se abrieron paso hacia la realidad e incluso hay algunas que, inesperadamente, sortearon las dificultades para acabar convirtiéndose en realidad.
Dicen que el papel lo aguantan todo. Así que, ya puestos, porqué no plasmar de vez en cuanto ideas un tanto complejas. No sé, imágenes que incluyan alguno de los monumentos más visitados del planeta, desde el punto de vista más turístico y transitado y que, además, te venga bien realizarlas desde el interior de una laguna. Bueno, al fin y al cabo, es papel y boli.
Uy se me olvidaba, qué tal si tampoco hay nadie 😄
Y, poco a poco, le das vueltas y resuelves algunos problemas: ya no tienes que estar en mitad de la laguna, tan sólo medio kilómetro te separa de tu imagen.

Y, gracias a este pequeño sistema, no da tanta pereza portar un objetivo con el que poder lograr focales de hasta 1200 mm equivalentes, gracias a un duplicador, para obtener esas imágenes que sugirieron las musas.
Pasados los años, a esta combinación, casi perfecta, le incorporé un nuevo objetivo (Zuiko 300mm f4). Una lente que sale a relucir cuando la fauna salvaje más esquiva es la protagonista y el resto de focales no son más que meras espectadoras.
Nuevamente ir en busca de fauna, andar, subir, bajar, saltar, tirarse… con una focal equivalente a 600mm o de 820mm con el multipliador (1.4x) con un peso de poco más de un kilo y un tamaño que puedes guardar en cualquier bolsa … La capacidad de reacción, agilidad y manejabilidad que obtienes para una focal tan larga es increible, acompañada, siempre, del seguimiento de enfoque y una estabilización única…









