Una noche en el Serengeti

La llanura sin fin vuelve a cubrirse con un manto de penumbra. Tan sólo la escasa iluminación de unos candiles acompaña el vertiginoso repiqueteo de las cucharas. Cena rauda; porque aunque el sol se haya ido aún queda aventura.

Con los frontales iluminando al máximo y con la falsa protección de una semi luna de pírricos árboles buscamos la presencia de alguno de los habitantes de esta planicie.

Mientras apurábamos la reconfortante cena hemos escuchado su llegada: la incasable risa de las hienas, el mugir de los búfalos o el crujir de la vegetación ante el fugaz paso de una nerviosa jirafa … Acampar en medio del Serengeti te provee de nuevas sensaciones durante la noche.

Apuntando hacia la oscuridad la noche sólo devuelve sombras y, ante los ruidos que surgen de la nada, los haces de luz giran en una búsqueda infructuosa.

De golpe se hacen visibles. Dos puntos luminosos se muestran en la penumbra. Antes de que puedas preguntarte de qué serán, los brillantes ojos han desaparecido. Queda tiempo para observar una sombra desplazarse; una hiena que se aleja de la luz y continúa dando vueltas alrededor de las tiendas, atraída por el olor de la comida o, tal vez, por el agua que escapa de la única ducha vista en días.

Cuando los sonidos languidecen y en el interior de la tienda el silencio lo inunda todo sientes su presencia. Los búfalos mugen más cerca, las hienas tropiezan en los vientos y alguna detiene sus pasos a escasos centímetros de tu cabeza, olisquean y continúan su camino. Hay quién aprovecha y se pregunta si por ahí fuera andará alguno de esos escurridizos animales nocturnos: el puercoespín, el caracal o el serval… o incluso si salir a buscarlos… y quién no deja de pensar si mañana tendrá que pegarse otra vez con el babuino que decidió llevarse su desayuno.

Mientras te duermes alcanzas a escuchar rugir al león y, aunque pueda ser oído a ocho kilómetros de distancia, confías en que esté cerca y mañana pose majestuoso ante la cámara.